Hay lecciones
vitales que te gustaría no haber aprendido jamás...
Lesson 1: Vivir en el día de la
marmota
Cuando
un ser querido ingresa en la UVI y su pronóstico es malo (o, directamente, muy
malo), tu vida se convierte en “El día de la marmota” dirigida por Michael
Haneke. Sin que apenas seas consciente de ello, todo se paraliza, te conviertes
en una actriz secundaria en tu propia existencia y pierdes el siempre
reconfortante sentido del tiempo. Sin embargo, eso no es lo más descorazonador.
Tampoco el hecho de que toda tu familia se convierta en Bill Murray, la
enfermedad de ese familiar sea “una
ventisca helada imbatible”, o que el pronóstico de la marmota (“6 semanas más de invierno”)
corresponda con el del propio paciente, sino la desgarradora certeza de que no
hay “Andie MacDowell” en esta película. Nada ni nadie va a rescatarte del peor
momento de tu vida. No hay agradecidas sorpresas compensatorias, ni justicias
poéticas, ni heroínas/héroes que abran ventanas a golpes en las puertas
selladas. A lo sumo, descubrirás una fortaleza en ti que hasta la fecha te ha
resultado desconocida, y se cumplirá, como no podía ser de otra manera, aquello
de que “what doesn’t kill you makes you
stranger” (“lo que no te mata te hace más rar@”).
Lesson 2: Formar parte
de la red empática del dolor
En
una situación tan terrorífica, desgarradora e intensa, tarde o temprano cruzas
al límite de la inconsolabilidad. Nada de lo que te digan tus mejores amig@s,
por ejemplo, puede animarte, e incluso, puede irritarte hasta conseguir el
efecto diametralmente opuesto (No estamos preparad@s ni educad@s para manejar
situaciones interpersonales tan delicadas y dolorosas y acabamos recurriendo,
inconscientemente y sin maldad, a nuestra mejor reserva de tópicos). Al fin y
al cabo, por mucho que te quieran y empaticen con tu situación, no lo han
vivido ni lo están viviendo directamente, y descargar en ell@s tus tóxicas
dosis de ansiedad e ira diarias puede resultar abrumador, además de injusto. Sin
embargo, surgen aliad@s insospechad@s, familias absolutamente desconocidas que
están viviendo un proceso, si no igual, al menos, lo suficientemente parecido
como para comprenderte. Están contigo cuando te dan el (terrorífico) parte
médico diario, y son l@s primer@s en alegrarse ante tus buenas noticias o en
consolarte ante las malas. No se convierten en amig@s del alma, ni tienen
personalidades afines y, posiblemente, ni siquiera vuelvas a verl@s, pero has
tejido junto a ell@s una necesaria y solidaria red empática del dolor sin la
cual la estancia en la UVI sería una inexorable caída en picado.
Lesson 3: La castración
emocional crea “hombres autistas”
Durante
dos meses observando a las familias de la UVI, he comprobado cómo casi siempre
se repetía el mismo y desesperanzador patrón: el/la visitante medi@ suele ser
mujer de cualquier edad y condición social. Incluso en familias numerosas con
miembros masculinos de diferentes edades, salvo contadas excepciones, se confirma
el triste hecho de que ellos no sólo entran menos a visitar a l@s pacientes,
sino que evitan, aún más, las consultas diarias con l@s médic@s. Es como si las
situaciones emocionales dolorosas, intensas y extremas fueran el gran punto
flaco del analfabetismo o castración emocional al que el género masculino ha
sido sometido desde siempre. La explicación podría encontrarse en que, aún hoy
día, a las mujeres se nos educa para ayudar, cuidar e, incluso, sacrificarnos
en las relaciones interpersonales, mientras que a ellos no les han
proporcionado herramientas para manejarse en situaciones no prácticas que exijan
un alto grado de intensidad emocional. El panorama resulta dolorosamente
triste, desproporcionado e injusto: “wonder women” forzadas y hombres fóbicos, “autistas”,
cobardes y/o evitativos frente al drama de la enfermedad y la muerte. Otro de
los “regalos” del heteropatriarcado que nos costará eliminar.
Lesson 4: El único tipo
de suerte que existe
Hay
quien asegura que tod@s necesitamos una tribu para crecer, pero yo creo que
también la necesitamos para vivir y para morir. La enfermedad divide y resta.
Las familias se reducen al dos y al tres, excepcionalmente al cuatro, cuando
uno de sus miembros enferma de gravedad y/o está a punto de morir. Observar
como alguien se debate entre la vida y la muerte o se apaga de forma
irreversible es un acto de generosidad y de amor extremos, posiblemente el
mayor que podamos profesarle a otra persona, pero nadie quiere someterse a un
dolor e impotencia supremos a menos que sea absolutamente imprescindible
(Supongo que cada un@ de nosotr@s podría considerarse afortunad@ si contara con
cuatro o cinco personas capaces de sacrificarse por nosotr@s). Sin embargo, muy
excepcionalmente, surgen auténticos clanes o piñas de familiares tan envidiablemente
unidas, que casi se pelean entre sí para decidir quién va a entrar en cada visita.
Y es que esa es la única definición de suerte que existe: poder contar con
muchos miembros de tu familia, tanto biológica como escogida, en todos los
momentos de tu vida, saber que tienes a muchas personas capaces de “entrar en
la UVI por ti”.
Lesson 5:
Deshumanización institucionalizada
En
el hospital donde me han robado he pasado dos meses de mi vida, y más
concretamente, en la UVI, hay profesionales entregados, amabilísimos y
vocacionales que convierten la estancia hospitalaria en una experiencia algo menos
infernal. Lamentablemente, no son la norma, sino la excepción. En una profesión
en la que la cercanía, la calidez o la empatía hacia los pacientes (y sus familiares)
son o deberían ser un must, lo habitual es encontrarse con trabajador@s
blindad@s emocionalmente que, independientemente de la calidad de su trabajo,
ignoran el factor humano y se implican con el paciente y su familia lo menos
posible (especialmente si el pronóstico es negativo).
He
vivido descuidos o chapuzas rayanas en la negligencia, rachas de
desinformación, cambios radicales de actitud (gente amable en un primer momento
que comienza a ignorarte cuando las cosas se ponen feas), frialdad e
indiferencia como regla general (si el paciente se está ahogando o desangrando,
por ejemplo, ya puedes pedir ayuda a gritos por los pasillos que solo va a
acudir el personal que esté asignado, exclusivamente, a esa habitación) y
desprecios (gente que te niega el saludo o que asegura que no quiere entrar en
tu habitación delante de tus propias narices).
Ante
todo esto, he llegado a la conclusión/hipótesis de que el personal sanitario se
“deshumaniza” escudándose emocionalmente del dolor y sufrimiento ajenos como
mecanismo de defensa. Es algo que entiendo objetivamente, pero que, como
familiar de un paciente, me ha invitado, en más de una ocasión, a “bajarme de
la vida”. Cuando trabajas con algo tan delicado y complejo como seres vivos que
sufren, tiene que haber un punto medio entre la implicación emocional lo Grey’s
Anatomy y la coraza.
Lesson 6: Lo que de
verdad importa
Es
bastante probable que en una situación extrema en la que solo nos quedasen un
par de minutos de vida, nuestro primer impulso sería buscar/llamar a nuestros
seres queridos y decirles que les queremos. Sí, tan disneyniano, ñoño y
“paulocoelhil” como suena.
Es
una verdad no asimilada, algo que no comprendes en toda su magnitud, una idea
casi abstracta que das tan por sentada que ni siquiera te la planteas en tu
aquí y ahora (algo así como cuando tienes 20 años y sabes que algún día muy
lejano dejarás de ser joven). A veces, como en mi caso, tienes que perder a
alguien muy querido para entenderlo: No hay nada más valioso, importante,
mágico y precioso en el mundo que los vínculos que creamos con nuestros seres
queridos. NADA.
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