lundi 9 octobre 2017

8 semanas en la UVI



Hay lecciones vitales que te gustaría no haber aprendido jamás...


Lesson 1: Vivir en el día de la marmota

Cuando un ser querido ingresa en la UVI y su pronóstico es malo (o, directamente, muy malo), tu vida se convierte en “El día de la marmota” dirigida por Michael Haneke. Sin que apenas seas consciente de ello, todo se paraliza, te conviertes en una actriz secundaria en tu propia existencia y pierdes el siempre reconfortante sentido del tiempo. Sin embargo, eso no es lo más descorazonador. Tampoco el hecho de que toda tu familia se convierta en Bill Murray, la enfermedad de ese familiar sea “una ventisca helada imbatible”, o que el pronóstico de la marmota (“6 semanas más de invierno”) corresponda con el del propio paciente, sino la desgarradora certeza de que no hay “Andie MacDowell” en esta película. Nada ni nadie va a rescatarte del peor momento de tu vida. No hay agradecidas sorpresas compensatorias, ni justicias poéticas, ni heroínas/héroes que abran ventanas a golpes en las puertas selladas. A lo sumo, descubrirás una fortaleza en ti que hasta la fecha te ha resultado desconocida, y se cumplirá, como no podía ser de otra manera, aquello de que “what doesn’t kill you makes you stranger” (“lo que no te mata te hace más rar@”). 




Lesson 2: Formar parte de la red empática del dolor

En una situación tan terrorífica, desgarradora e intensa, tarde o temprano cruzas al límite de la inconsolabilidad. Nada de lo que te digan tus mejores amig@s, por ejemplo, puede animarte, e incluso, puede irritarte hasta conseguir el efecto diametralmente opuesto (No estamos preparad@s ni educad@s para manejar situaciones interpersonales tan delicadas y dolorosas y acabamos recurriendo, inconscientemente y sin maldad, a nuestra mejor reserva de tópicos). Al fin y al cabo, por mucho que te quieran y empaticen con tu situación, no lo han vivido ni lo están viviendo directamente, y descargar en ell@s tus tóxicas dosis de ansiedad e ira diarias puede resultar abrumador, además de injusto. Sin embargo, surgen aliad@s insospechad@s, familias absolutamente desconocidas que están viviendo un proceso, si no igual, al menos, lo suficientemente parecido como para comprenderte. Están contigo cuando te dan el (terrorífico) parte médico diario, y son l@s primer@s en alegrarse ante tus buenas noticias o en consolarte ante las malas. No se convierten en amig@s del alma, ni tienen personalidades afines y, posiblemente, ni siquiera vuelvas a verl@s, pero has tejido junto a ell@s una necesaria y solidaria red empática del dolor sin la cual la estancia en la UVI sería una inexorable caída en picado.




Lesson 3: La castración emocional crea “hombres autistas”  

Durante dos meses observando a las familias de la UVI, he comprobado cómo casi siempre se repetía el mismo y desesperanzador patrón: el/la visitante medi@ suele ser mujer de cualquier edad y condición social. Incluso en familias numerosas con miembros masculinos de diferentes edades, salvo contadas excepciones, se confirma el triste hecho de que ellos no sólo entran menos a visitar a l@s pacientes, sino que evitan, aún más, las consultas diarias con l@s médic@s. Es como si las situaciones emocionales dolorosas, intensas y extremas fueran el gran punto flaco del analfabetismo o castración emocional al que el género masculino ha sido sometido desde siempre. La explicación podría encontrarse en que, aún hoy día, a las mujeres se nos educa para ayudar, cuidar e, incluso, sacrificarnos en las relaciones interpersonales, mientras que a ellos no les han proporcionado herramientas para manejarse en situaciones no prácticas que exijan un alto grado de intensidad emocional. El panorama resulta dolorosamente triste, desproporcionado e injusto: “wonder women” forzadas y hombres fóbicos, “autistas”, cobardes y/o evitativos frente al drama de la enfermedad y la muerte. Otro de los “regalos” del heteropatriarcado que nos costará eliminar.   




 Lesson 4: El único tipo de suerte que existe

Hay quien asegura que tod@s necesitamos una tribu para crecer, pero yo creo que también la necesitamos para vivir y para morir. La enfermedad divide y resta. Las familias se reducen al dos y al tres, excepcionalmente al cuatro, cuando uno de sus miembros enferma de gravedad y/o está a punto de morir. Observar como alguien se debate entre la vida y la muerte o se apaga de forma irreversible es un acto de generosidad y de amor extremos, posiblemente el mayor que podamos profesarle a otra persona, pero nadie quiere someterse a un dolor e impotencia supremos a menos que sea absolutamente imprescindible (Supongo que cada un@ de nosotr@s podría considerarse afortunad@ si contara con cuatro o cinco personas capaces de sacrificarse por nosotr@s). Sin embargo, muy excepcionalmente, surgen auténticos clanes o piñas de familiares tan envidiablemente unidas, que casi se pelean entre sí para decidir quién va a entrar en cada visita. Y es que esa es la única definición de suerte que existe: poder contar con muchos miembros de tu familia, tanto biológica como escogida, en todos los momentos de tu vida, saber que tienes a muchas personas capaces de “entrar en la UVI por ti”.




Lesson 5: Deshumanización institucionalizada

En el hospital donde me han robado he pasado dos meses de mi vida, y más concretamente, en la UVI, hay profesionales entregados, amabilísimos y vocacionales que convierten la estancia hospitalaria en una experiencia algo menos infernal. Lamentablemente, no son la norma, sino la excepción. En una profesión en la que la cercanía, la calidez o la empatía hacia los pacientes (y sus familiares) son o deberían ser un must, lo habitual es encontrarse con trabajador@s blindad@s emocionalmente que, independientemente de la calidad de su trabajo, ignoran el factor humano y se implican con el paciente y su familia lo menos posible (especialmente si el pronóstico es negativo).

He vivido descuidos o chapuzas rayanas en la negligencia, rachas de desinformación, cambios radicales de actitud (gente amable en un primer momento que comienza a ignorarte cuando las cosas se ponen feas), frialdad e indiferencia como regla general (si el paciente se está ahogando o desangrando, por ejemplo, ya puedes pedir ayuda a gritos por los pasillos que solo va a acudir el personal que esté asignado, exclusivamente, a esa habitación) y desprecios (gente que te niega el saludo o que asegura que no quiere entrar en tu habitación delante de tus propias narices).

Ante todo esto, he llegado a la conclusión/hipótesis de que el personal sanitario se “deshumaniza” escudándose emocionalmente del dolor y sufrimiento ajenos como mecanismo de defensa. Es algo que entiendo objetivamente, pero que, como familiar de un paciente, me ha invitado, en más de una ocasión, a “bajarme de la vida”. Cuando trabajas con algo tan delicado y complejo como seres vivos que sufren, tiene que haber un punto medio entre la implicación emocional lo Grey’s Anatomy y la coraza.




Lesson 6: Lo que de verdad importa

Es bastante probable que en una situación extrema en la que solo nos quedasen un par de minutos de vida, nuestro primer impulso sería buscar/llamar a nuestros seres queridos y decirles que les queremos. Sí, tan disneyniano, ñoño y “paulocoelhil” como suena.

Es una verdad no asimilada, algo que no comprendes en toda su magnitud, una idea casi abstracta que das tan por sentada que ni siquiera te la planteas en tu aquí y ahora (algo así como cuando tienes 20 años y sabes que algún día muy lejano dejarás de ser joven). A veces, como en mi caso, tienes que perder a alguien muy querido para entenderlo: No hay nada más valioso, importante, mágico y precioso en el mundo que los vínculos que creamos con nuestros seres queridos. NADA.




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