vendredi 20 mai 2016

La vital necesidad del autoengaño




Antes de la ahora internacional expresión suajili “Hakuna matata”, Baloo le enseñaba un mantra similar a Mowgli en otro libro y otra selva, algo más lejana en el tiempo y el espacio. Y si los habitantes (supervivientes) de lugares tan inhóspitos insisten en darnos una lección a lo “Robinson Crusoe”, rescatándonos de “los caníbales”, no tenemos motivos para dudar de su sabiduría.

Sobrevivir en una selva es una hazaña, pero vivir realmente en ella es casi una utopía. “Busca lo más vital” aseguraba el entrañable y perezoso plantígrado. Pero, ¿qué es lo más vital? Posiblemente tener, sin excepción, y como diría Maslow, nuestras necesidades más básicas cubiertas. Y, entre estas, la más primordial es la fisiología. Una vez hidratad@s, alimentad@s, descansad@s y fuera de algún amenazante peligro físico, podemos sentir la tangibilidad y certeza aplastante de esa sensación de saciedad. No hay forma de llevarse a engaño: estamos a salvo.




Sin embargo, cuando pasamos al siguiente escalón, la perspectiva cambia. Nos hemos subido en la mesa del profesor Keating y vemos el mundo con algo menos de ansiedad paralizante, pero también con nuevas e inquietantes certezas y matices. Sabemos que lo más básico en este momento es sentirnos física y emocionalmente a salvo. Y si tenemos un techo bajo el que descansar cada día, un sueldo, una salud decente y una familia biológica y escogida contra la que ovillarnos, ¿podemos asegurar con la misma aplastante certeza anterior que estamos realmente a salvo?

La respuesta es sí y no. Porque no, nada garantiza objetiva y de forma perpetua nuestra seguridad y en el fondo de nosotr@s mism@s somos conscientes de ello. Vivimos sujet@s a un sinfín de (caprichosas) variables, siempre en movimiento, que no somos capaces ni de prever ni de controlar. De un día para otro (y, en ocasiones, sin que nos demos cuenta), podemos ser víctimas de algún accidente o catástrofe, perder la salud, a un ser querido, nuestro trabajo o, incluso, nuestro hogar. Nos movemos en un equilibro más precario y efímero del que podemos sospechar y somos, en todo momento, tristes, esforzad@s y resignad@s funambulistas.
Pero, ¿cuál es nuestra pértiga? ¿qué elemento evita que miremos hacia abajo, tropecemos o nos caigamos? ¿qué nos insta a tomar impulso? Autoconvencernos, irónica e ingenuamente, de que estamos a salvo y que todo marcha bien, habitando así, ilusamente, en la muy transitada calle Autoengaño. Porque aunque sepamos (in)conscientemente que esa edificación es tan ficticia y transitoria como los decorados y el atrezzo que residen entre bambalinas, la necesitamos con urgencia para creer que el show, nuestro show, debe continuar.



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