Los
animales carroñeros no humanos cumplen una función perfectamente diseñada y
delimitada en nuestro planeta que
resulta completamente digna de respeto. Su trabajo o misión es actuar como l@s
limpiador@s o recogebasuras de la naturaleza. En la tercera definición de
“carroñero”, sin embargo, nos alejamos de los otros animales y encontramos:
“Que intenta sacar partido de miserias ajenas”. Hoy quiero rescatar una nueva
acepción no oficial de esta palabra que va más allá de esta definición. Una
que, tristemente, sí merece ser utilizada de la forma más despectiva posible y
que incluye, en exclusiva, a nuestra especie: el/la carroñer@ emocional.
Para
reconocerl@s solo tenemos que fijarnos en su dieta. El carroñerismo emocional
se nutre de desgracias ajenas, tragedias y situaciones de extremo dolor y
vulnerabilidad, pero no con una intencionalidad económica o de aumento de
posición o de estatus. Sus ejemplares están perfectamente entrenad@s para
detectar cuando otra persona sufre o se encuentra emocionalmente desarmada. Es
entonces cuando se aproximan ladinamente hacia ella, y bajo la promesa de una
preocupación e interés que en realidad están lejos de sentir, la interrogarán
y/o malaconsejarán sin un ápice de respeto, empatía o sensibilidad, picoteando
cruelmente en el centro de su herida con una precisión robinhoodiana.
¿Qué
motiva este cruel comportamiento? L@s carroñer@s no son, únicamente, personas
infelices e insatisfechas que arrastran una enorme mochila de frustración,
amargura y rencor. Son, ante todo y sobre todo, malas personas. Una cosa es
sentirse menos sol@ o ligeramente reconfortad@ cuando alguien pasa por una
situación dolorosa que tú has experimentado o experimentas en cierto grado (Eso
es humano y tendría que rebautizarse como “mal
de muchos, consuelo de tod@s”) y otra sentir todo un subidón cuando alguien
sufre o atraviesa una mala racha y regodearse en ello. Porque una vez entran en
juego las malditas e inevitables comparaciones negativas, su evaluación favorable
les permite situarse varios peldaños por encima de la otra persona. Y es que lo
único que quieren, lo que realmente les motiva y reconforta, es la superioridad
vital. Si se ven en un lugar más feliz y
deseable que sus víctimas, de cara a todas las galerías, habrán cumplido su
misión.
Resulta
difícil protegerse de las personas que ocupan la escala más baja de ruindad
humana. Al fin y al cabo, cuando atacan lo hacen en situaciones de
desprotección y de guardia extremadamente baja y sus víctimas no tienen ni la fortaleza, ni
los recursos, ni la perspectiva para ignorarles, ser asertiv@s o ponerles en su
lugar a través de un buen corte. Sin embargo, podemos utilizar el arma más
efectiva para no sufrir o minimizar sus consecuencias: detección y evitación.
Si esto último no es posible y los encuentros resultan inevitables, convendría llevar
siempre una careta emocional en su presencia, tener “preparada” una (o varias) “respuestas
zasca” y tratar de compensar el mal trago a través de personas y situaciones nutritivas.
Puede
que l@s carroñer@s emocionales no sólo nunca cesen en su sádica y despreciable
misión, sino que se nos crucen, inoportunamente, en todos los momentos de la
vida, pero si aprendemos a detectarl@s y neutralizarl@s en la medida de lo
posible, nunca permitiremos que se sientan realizad@s. A priori, puede parecer
una tarea titánica, pero no imposible. Escudémonos
siempre la famosa cita de Eleanor Roosevelt como en un mantra “Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu
consentimiento”.
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