Soy
tardía en casi todo y los smarphones no han sido una excepción. Atravesé
océanos de tiempo y alguna burla jurásica hasta que mi último teléfono móvil,
adquirido allá por los dosmiles, pasó a mejor vida (no le guardo rencor, fueron
muchos años de fidelidad absoluta). Y entonces, hace justo un año, llegó la
encrucijada social, la tiranía tecnológica, los grilletes digitales del siglo
XXI: el malditísimo smartphone. Tus amigxs y conocidxs, esos seres que llevan
años sometiéndose gozosa y voluntariamente a la esclavitud de la disponibilidad
absoluta, te cantan las maravillas del invento diabólico y alaban su capacidad
para interconectar momentos, como si la inmediatez sobre todas las cosas fuera
el mayor lujo al que pudieramos aspirar como especie. “Tu vida cambiará con whatsApp” aseguraban. Y, of course, tenían
razón, pero si hace un año hubiera sabido hasta qué grado, posiblemente, me
hubiera pillado un yaya-phone, ahorrándome muchas verdades amargas. Asumámoslo
cuanto antes: los smartphones, esa adicción socialmente aceptada, están matando
la comunicación, hasta el punto sin retorno de catalogar esta herramienta como
“en grave peligro de extinción”. Y si, como en mi caso, compartir y comunicar
es algo vocacional y una necesidad vital, la involución adquiere tintes de
tragedia.
Para
esa app satánica llamada whatsApp lo de menos es el qué porque el cómo prima
sobre todas las cosas. No importa si compartes una receta, un cotilleo, tu
último parte médico o lo mucho que te aburres haciendo cola en el super, porque
la/el receptor/a de tu mensaje te contestará con una frase anémica, un inmundo
emoticono o, lo peor de todo, nada en absoluto, haciéndote sentir como una
imbécil integral. Si te gusta escribir y procuras hacerlo correctamente, con
acentos, vocales, mayúsculas y comas, sin sucumbir al klingon consonántico de
las abreviaturas, estás jodidx. Eres una alien, una pringada con actitudes
pedantes que viene a recordar oscuros tiempos infantiles de interminables
cuadernos Rubio. Nadie va a corresponderte. Al contrario, se te castiga por ñoña
con más “frases telegrama”, para que aprendas y te pases del repelente “lado
analógico” al “lado millennial”.
La
amabilidad británica tampoco funciona. No pierdas el tiempo con “holas”,
“adioses”, “besos” o “¿cómo lo lleva tu gato?” porque nadie va a hacer lo
propio contigo. El narcisismo contra el narcisismo es la única moneda de
cambio. Lo más generoso que vas a recibir es una avalancha de fotos ajenas
(danger, danger!) o un audio apresurado y “quasipornográfico” (o jadeante),
mientras van de camino a buscar el pan, suben las escaleras de casa o buscan su
coche en el aparcamiento (Si cierras los ojos, el vibrante ajetreo de la calle
puede inducirte a pensar que estas en
la misma calle o ciudad junto a esa
persona ¡Oh, maravillas del autoengaño!).
Y
no, si vives lejos de algunos de tus seres queridos, las actualizaciones
vitales no llegan, porque nadie quiere someterse al esfuerzo de hacer un “best
of” ni por phone, ni por e-mail, ni por redes sociales. Las llamadas largas son
un lujo demodé y los encuentros tête à
tête, la única esperanza que te quedaba, se han convertido en un “tres son
multitud”. Tomarte un coffee, ir al cine, salir a cenar, lo mismo da. Él
siempre está ahí, rectangularmente omnipresente, mofándose de ti cada vez que
tu amigx lo sitúe irrespetuosamente sobre la mesa o lo mire distraídamente. Y no
deja de repetirte: “Yo soy más importante
que tú. Eres una segundona y una loser. No importa el tiempo que haga que no
ves a esta persona o lo muy trascendente que sea la conversación, porque cualquier
llamada, whatsApp estúpido o notificación de una app, va a lograr que el
universo se detenga”. Y es, salvando las distancias, como cuando te tomas
la molestia de desplazarte hasta un establecimiento, haces cola pacientemente
y, de repente, una llamada telefónica de un tipo que está en su casa en
gallumbos tiene prioridad sobre ti. Verdad verdadera: el esfuerzo social
resulta inútil y sobrevalorado. El gallumbismo siempre gana. Este desquiciado
mundo nuestro pertenece a los “Dudes” sacados de El gran Lebowski. ¿Por
qué cuesta tanto darse cuenta?
En
resumen: “¡Qué importante es el tiempo y
cómo mola ahorrarlo con whatsApp, smartphones y nuevas tecnologías!”, dijeron
los hombres grises. Momo lo sabía y no sucumbió a los ladrones del tiempo. Cada
vez somos menos Momos. Los hombres grises están ganando irremisiblemente. Porque,
un año después, resulta inevitable preguntarse: ¿dónde ha ido a parar el tiempo
que antes empleaban mis friends en escribirme e-mails, mensajes o sms con
contenido y ortográficamente correctos?¿en qué provechosa o lúdica actividad lo
están empleando?¿son más felices ahora que se han librado de la buena
comunicación? La tortuga Casiopea debe tener la respuesta…