“No me gusta que las
historias se acaben: ni en el cine, ni en la literatura, ni en la vida. Siempre
tiene que haber más posibilidades, más caminos, más respuestas”.
Vicente
Leñero
Aunque
esta cita bien podría convertirse en uno de mis lemas, las historias sí acaban,
y tarde o temprano, no queda más remedio que cerrarlas y guardarlas en nuestra
personalísima biblioteca de recuerdos.
Internet
es una continua e inagotable fuente de vínculos y relaciones. Cualquier cibernauta
que haya vivido la explosión digital durante los primeros años dosmiles,
probablemente tenga una colección nada despreciable de conocidos, colegas y
amigos internetiles. Y es que cuando nos hallamos ante una persona que nos
resulta interesante, una vez superadas las desconfianzas y reservas iniciales,
es muy fácil lograr cierto grado de confianza y apertura emocional (probablemente mucho más sencillo que en un pudoroso encuentro cara a cara).
Sin
embargo, la gran diferencia entre las ciber-relaciones y el “real world” es su
frustrante inconstancia y fragilidad. Por muy sólida y duradera que parezca una
ciber-amistad, incluso si ha trascendido su condición cibernética, puede ser
borrada de un plumazo, simplemente si uno de sus miembros elimina/cambia su
correo, se suicida de las redes sociales o deja de actualizar o comunicarse.
A
lo largo de estos últimos años he conocido y perdido muchos ciber-vínculos. Una
gran parte acabaron por “diferencias irreconciliables” o “cambios de ritmo
vital”, pero hay un número de personas que han desaparecido bruscamente de mi
vida sin ninguna explicación clara y, lo que es aún más frustrante, sin decir
adiós.
En
un (ciber)mundo perfecto, todas las relaciones acabarían con un cierre tan
claro, firme y respetuoso por ambas partes, que se facilitaría enormemente el
proceso de duelo. Sin embargo, no vivimos en ese mundo. Además internet, mal
que nos pese, posibilita comportamientos y actitudes cobardes y egoístas impensables
o bastante peor admitidas en los códigos sociales del mundo no cibernético.
Recientemente
he descubierto que el no cierre sumado a mi tendencia o incapacidad de soltar, me
ha convertido en una especie de Penélope digital. Y es que consciente o
inconscientemente, a pesar de haber aprendido a vivir sin ellas, sigo aferrándome
a la posibilidad de reencontrarme con esas personas.
Pero mantener una puerta
abierta día tras día conlleva una cantidad de energía, y un nivel de desgaste y
frustración que mi renovada autoestima no está dispuesta a tolerar.
Por
lo tanto, desde este humilde portal y a pesar de la certeza de su total
indiferencia (y de que jamás se entregará el mensaje porque algunos, además, ni siquiera
entienden mi lengua materna), cierro oficialmente cada una de las puertas sin
rencor, sin arrepentimiento y sin nostalgia, y les dedico, como no podría ser de
otra manera, las inspiradas palabras de despedida del Theodore en la imprescindible
(y visionaria) Her:
"I just wanted you to know there will be a piece of you in me
always, and I'm grateful for that".
*
So sad =(
RépondreSupprimerSiempre he pensado que las relaciones que se mantienen en la red tienen el problema de que somos aire. Si uno no enciende el pc realmente puede desaparecer si quiere
RépondreSupprimerEs un riesgo
Besos