Un
eminente psicólogo asegura que el dolor del fracaso es dos veces más intenso
que la felicidad que sentimos al ganar. ¿Se trata de una excepción o son los
aspectos negativos más potentes y determinantes que los positivos en todos los
aspectos de nuestra vida y, especialmente, a la hora de valorar nuestro entorno
y tomar decisiones?
Lo
malo no tiene por qué pesar más que lo bueno (o viceversa), pero lo parece. En
el ADN del neurótico está inscrito que sus buenas cualidades quedan, en muchas
ocasiones, eclipsadas por las malas; y cuando se trata de trasladar la
valoración al otro, podemos ser implacables e inflexibles, de tal forma que un
defecto o una cualidad percibida negativamente, puede convertirse, a la velocidad
de Flash, en una etiqueta de potencial toxicidad o, directamente, en una
expulsión de la zona de sociabilidad o de contacto.
Admitir
que se es experto en escudos puede resultar un mal trago. Hace no demasiado, me
he descubierto empuñando uno del tipo que portaban los caballeros en los
torneos: o sea, XXL. Sería reconfortante pensar que episodios hipercríticos de
este tipo resultan excepcionales en mi biografía, pero lo cierto es que han
sido más abundantes de lo que yo misma estoy dispuesta a confesar. Mal que me
pese, en ocasiones, peco de intransigente. Sin embargo, esta intransigencia
resulta sesgada: siempre he sido mucho más dura con ellos que con ellas, y, a
pesar de los años y las lecciones, desgraciadamente, aún lo sigo siendo.
Cualquier
excusa era buena para etiquetar de “no valid”, de “indigno” o de “very
disappointing” a un hombre. Siempre que ese individuo formara parte activa en
mi vida y estuviera construyendo una relación con él (bien fuera de tipo
coleguil, amistosa o amorosa), mi hiperactivo (y snob) radar de decepciones
siempre estaba on. A veces pitaba por
cosas como “es demasiado egoísta/insensible/simple/testosteróneo/egocéntrico/insolidario/especista/sexista/inculto”,
pero, en otras ocasiones, le bastaba un simple “no me puedo creer que confunda a Julio Cortazar con un bailarín de
flamenco/no sea cinéfilo/escriba “¡hala!” sin h/vista un poco hortera/crea que
Love of lesbian es un grupo de lesbianas/sea gafapastil/adopte “la pose” en las fotos/sea
futbolero”.
Alejarse
siempre ha sido un buen mecanismo de defensa. Otra veces, sin embargo, recurría
al drástico (y, en ocasiones, irreparable) ataque directo. Sin embargo, tanta
maldad y estrechez de miras por mi parte, siempre tenía un fuerte motivador
detrás: el miedo. Me daba pavor que esas personas, esos hombres, que, de alguna
manera significaban tanto para mi, me
hicieran daño o me abandonaran. Por lo tanto, buscarles fallos,
juzgarlos, los empequeñecía a mis ojos, les restaba peso y me protegía de la
verdadera intimidad, proporcionándome buen material para construir un muralla entre
ambos, en caso de que la despedida fuera inminente (y siempre parecía serlo).
Admitida
la dureza e inflexibilidad de mi caparazón, y con la firme promesa de abandonar
la toga y el martillo, sólo me queda expresar públicamente un “sorry!”, aunque sea desde el impersonal
y abstracto ciberespacio, a todos los hombres de mi vida. Especialmente a quienes,
en alguna ocasión, se hayan sentido injustamente atacados y juzgados y/o hayan sido
expulsados de mi vida (a menudo como paracaidistas forzosos de un avión que se
estrella). Sin ellos, no sólo hoy no sería quien soy, sino que no hubiera sido
capaz de andar ni un solo paso en el camino de baldosas amarillas.
Gracias.
Pues estupenda (y muy valiente) declaración :)Te aplaudo por el paso al fente y el propósito de relajar el censor y dejar de construir esas murallas ;)
RépondreSupprimer(Yo vivo con el miedo constante de ser duramente juzgada hasta por la cosa más estúpida y supongo que tiene mucho que ver con la forma en que yo juzgo a los demás...)
Thank you, Leticia! :)
SupprimerCreo que uno de los mayores miedos universales, es que otra persona vea nuestro “monstruo interior” y deje de querernos o nos abandone. En mi caso, siempre está el temor de que un hombre me diga “encantado de conocerte, pero todo esto es demasiado complicado. Mejor espero a que salga el libro de tu vida”.
Tras del darme cuenta, tenía dos opciones: susurrárselo al tronco de un árbol o gritarlo. Por algún motivo, sentía que darme cuenta no era suficiente, que decirlo en voz alta (como en mis tiempos como proyecto de terapeuta), me ayudaría a comprometerme y afianzarme en mi decisión. Además, había muchos sorrys que repartir, y nunca se sabe quién puede llegar hasta aquí y recoger el suyo ;)
Un abrazoso ***
:)
RépondreSupprimer:D
SupprimerMe has emocionado. Te lo juro. :) Me ha encantado. Valiente.
RépondreSupprimerTu simple presencia en esta actualización, en forma de post, a pesar de la neurosis y la distancia, significa mucho para mi :)
SupprimerArigato gozaimasu, Cinemagnificus-san ;)
One big kiss ***
¡Qué bonito retorno! Bravo por ti :)
RépondreSupprimerComo neurótica nivel experto que soy me reconozco en tus experiencias. Lo curioso es que mi sesgo se inclina hacia el lado opuesto: suelo ser más dura con el sexo femenino. Me resulta difícil encontrar a chicas con las que me apetezca establecer relaciones, y los grupos gritones de féminas me producen sarpullido. En mi caso, el miedo es a ser juzgada y rechazada, a no encajar y no ser suficiente.
Un abrazo de re-bienvenida
¡Bis, siempre es un pleasure reencontrarme contigo! Es casi como acudir a un ciber "Centrar Perk" y encontrarse con un old friend :)
SupprimerMe alegra saber que, a pesar de tu neurosis, no tienes problemas con la figura masculina. Supongo que somos el resultado de lo que nos ha tocado vivir y la falta de figuras masculinas en mi vida me ha llevado hasta aqui. Posiblemente, tú tengas tu parte Atenea mucho más potente que yo (al menos en la forma de vincularte con los demás).
Échale un vistazo a esto:
"Atenea preferirá la compañía de los hombres, pues sus conversaciones le interesan mucho más. Trabaja a gusto con ellos, sabe conversar de cualquier tema masculino y nunca entra en enredos emocionales ni sexuales. Encarna la colega perfecta, la mano derecha del jefe, la confidente de Apolo, que no busca intimidad emocional".
http://lasdiosasdecadamujer.blogspot.com.es/2010/05/las-tres-diosas-internas-mas.html
Otro abrazo osuno ***
Me alegra que me digas eso, para mi es un placer visitarte :)
RépondreSupprimerHace tiempo que leí ese libro, pero me dejó un poco frustrada al no encontrar en el las respuestas que buscaba. De Atenea me identifico con la (mayor) facilidad para establecer relaciones con el sexo masculino, pero no con el desinterés por la intimidad emocional, pues gran parte de mi neurosis tiene que ver con el hambre de vínculos profundos con los demás.
En fin, perdona por el rollo egocéntrico...
:*
tú hablas de que tienes un escudo, yo siempre lo define en mí como mi burbuja y muy pocos eran dignos de entrar en ella y los echaba con una patada asi como se acercaban a la puerta, pero entendí con el tiempo que eso no era lo mejor y la rompí. ahora hacen daño pero también hacen mucho bien. tira tu escudo niña :)
RépondreSupprimerMerci por pasar y por compartir, Seo :)
SupprimerCada uno sabe, aunque sea inconscientemente, cómo y por qué se forjó su escudo o burbuja particular y cada proceso es distinto. Me alegra saber que, en tu caso, has ido dando pasos de gigante :)
Un beso enorme ***
Este acto de valentía bien merece un quite de sombrero, un gran aplauso, una lágrima fugaz y emotiva y un abrazoso!!
RépondreSupprimer¡Felicidades!
***
Danke por el apoyo, Remy! :)
SupprimerRecojo tu abrazoso y me abrigo en el tras este dificil striptease emocional.
Another big hug ***
de una sinceridad propia y brutal.
RépondreSupprimerquizás te trates con mucha severidad. todos tenemos monstruos interiores que nunca duermen, todos juzgamos y somos juzgados, todos edificamos pequeñas ciudades fortificadas alrededor de ciertos paisajes de nuestro cosmos.
desde mi pequeña atalaya sólo puedo responder a tu "sorry!" con un "gracias por ser tú y habernos encontrado" :D
Thank you :)
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