
Imagínense una típica escena de película: malo maloso perseguido en plena calle por bueno buenoso, consigue esquivar con igual destreza policías, coches, balas, las rebajas y señoras con perritos, para acabar en un mugriento callejón sin salida confesando a grito pelado: “¡soy inocente, soy inocente! ¡Pregúntenle sino a mis amigos!”.
Y he aquí mi sunday thought de la semana: si nadie en su sano juicio se fiaría de esta confesión, ¿por qué la mayoría recurrimos casi siempre a ella cuando se nos acusa de algo que nos hace pupita?
Obviously, no es lo mismo que el dardo venga de tu madre, del tipo sentado a tu lado en el bus, de tu mejor amigo, de tu compañero de bailes de salón o de tu jefe. Much more obviously, también influye el qué, cómo, cuando, dónde y por qué. Pero ante esa originalísima respuesta “por peteneras” siempre dan ganas de decir “¡Y a mi que carajo me importa lo fabulos@ que eres según tu madre, lo mucho que quieres a tu perro o las notazas que sacaste en selectividad!".
Parece existir una conspiración universal cimentada en mucho miedito y en la autonegación más vergonzosa, que se empeña, once more, en negar lo evidente: nos transformamos en función de la persona que tenemos delante. Aunque, tal vez transformarse no sería el término adecuado, puede que, utilizando un símil musical, lo más exacto sería decir que sonamos de forma distinta dependiendo de con quien estamos.
Yo me imagino a cada persona como el main theme de la banda sonora de una película. En diferentes momentos de un mismo film, aparecen distintas variaciones del mismo tema: más vivace, más instrumental, más grave-sinister, más dramatic, más orquestado, o incluso, podemos encontrarlo intercalado con otros temas, cantado, a capella, versión pop, versión jazzie, versión Camela... las posibilidades infinitas son.
En todas estas versiones, la melodía es reconocible, las notas son siempre las mismas, pero, obviamente, no hay dos iguales.
Todos conocemos virtuosos que extraen lo mejor de nosotros, que hacen surgir nuestra parte mas ingeniosa, inteligente o tierna, que nos empujan a hacer o decir cosas que no imaginábamos que sabíamos o que éramos capaces de realizar.... y viceversa. Sin embargo, ante la presencia de otros, nos sentimos apáticos, reprimidos, aburridos, frustrados y un largo etc. Más que interpretarnos, a veces parece que ni siquiera son capaces de afinarnos o que directamente odian el instrumento... y viceversa.
Contraatacando nuestra neurosis, de vez en cuando, nos topamos con personas que "nos hacen el coro" de la parte de nuestra canción que menos nos gusta, algunas inconscientemente, y otras a las claras, y les odiamos por ello. Tanto en un aspecto positivo como negativo, siempre tendemos a buscar cómplices que nos confirmen lo que creemos que somos, a personas que refuerzan esas conductas o rasgos que reconocemos y que nos conforman. Recurrimos al "más vale malo conocido que bueno por conocer" y nos cuesta admitir variaciones y covers.
Y he aquí mi sunday thought de la semana: si nadie en su sano juicio se fiaría de esta confesión, ¿por qué la mayoría recurrimos casi siempre a ella cuando se nos acusa de algo que nos hace pupita?
Obviously, no es lo mismo que el dardo venga de tu madre, del tipo sentado a tu lado en el bus, de tu mejor amigo, de tu compañero de bailes de salón o de tu jefe. Much more obviously, también influye el qué, cómo, cuando, dónde y por qué. Pero ante esa originalísima respuesta “por peteneras” siempre dan ganas de decir “¡Y a mi que carajo me importa lo fabulos@ que eres según tu madre, lo mucho que quieres a tu perro o las notazas que sacaste en selectividad!".
Parece existir una conspiración universal cimentada en mucho miedito y en la autonegación más vergonzosa, que se empeña, once more, en negar lo evidente: nos transformamos en función de la persona que tenemos delante. Aunque, tal vez transformarse no sería el término adecuado, puede que, utilizando un símil musical, lo más exacto sería decir que sonamos de forma distinta dependiendo de con quien estamos.
Yo me imagino a cada persona como el main theme de la banda sonora de una película. En diferentes momentos de un mismo film, aparecen distintas variaciones del mismo tema: más vivace, más instrumental, más grave-sinister, más dramatic, más orquestado, o incluso, podemos encontrarlo intercalado con otros temas, cantado, a capella, versión pop, versión jazzie, versión Camela... las posibilidades infinitas son.
En todas estas versiones, la melodía es reconocible, las notas son siempre las mismas, pero, obviamente, no hay dos iguales.
Todos conocemos virtuosos que extraen lo mejor de nosotros, que hacen surgir nuestra parte mas ingeniosa, inteligente o tierna, que nos empujan a hacer o decir cosas que no imaginábamos que sabíamos o que éramos capaces de realizar.... y viceversa. Sin embargo, ante la presencia de otros, nos sentimos apáticos, reprimidos, aburridos, frustrados y un largo etc. Más que interpretarnos, a veces parece que ni siquiera son capaces de afinarnos o que directamente odian el instrumento... y viceversa.
Contraatacando nuestra neurosis, de vez en cuando, nos topamos con personas que "nos hacen el coro" de la parte de nuestra canción que menos nos gusta, algunas inconscientemente, y otras a las claras, y les odiamos por ello. Tanto en un aspecto positivo como negativo, siempre tendemos a buscar cómplices que nos confirmen lo que creemos que somos, a personas que refuerzan esas conductas o rasgos que reconocemos y que nos conforman. Recurrimos al "más vale malo conocido que bueno por conocer" y nos cuesta admitir variaciones y covers.
Dicho todo lo anterior, dear readers, por un mundo en el que las vecinas de los asesinos en serie no salgan en las noticias diciendo “¡No puede ser! ¡Pero si me sujetaba siempre la puerta del ascensor!”, pensémonoslo twice y cuestionémonos que hay de nuevo en cada canción antes de recurrir al manido estribillo “¡pregúntale a mis amigos!”.