Posiblemente
al ser testigo, un agosto más, de la ubicua y masiva campaña “la vuelta al
cole”, hayas sentido una mezcla inconfesa de compasión y de “malicia
recochineadora”. ¡Pobres niños!, es
cierto. Pero no es menos cierto que tu mism@ has vivido y sufrido ese duro
proceso, cumpliendo con creces tu académica condena. Alguna ventaja tendrá
haber aparcado la etapa estudiantil, ¿no es cierto?
Sin
embargo, no te engañes, (responsable) niño grande, porque este nuevo curso tú
también tendrás que enfrentarte a un sinnúmero de asignaturas (hueso o no),
exámenes (sorpresa o no), compañeros de curso puñeteriles (psicópatas o no), y,
lo peor de todo, a esa humillante y (reveladora) ocasional y simbólica entrega de
notas, que es casi como un striptease obligatorio en el lugar más insospechado.
Y
es que puede que hayas dejado de estudiar, que formarte durante toda la vida no
sea lo tuyo, o que no hayas abierto un libro desde 1996, pero la cruda verdad
que toca asumir es que nunca has dejado de formar parte de un curso, un curso
interminable, con compañeros que, en la mayoría de las ocasiones, ni siquiera
conoces. Y bien sea hace una semana, dentro de un mes o durante los próximos 10 ó 20 años, seguirá estando en marcha.
Las
asignaturas que lo componen no son, por ejemplo, matemáticas, lenguaje,
historia o química, sino situación laboral, pareja, satisfacción vital,
estatus, popularidad y vida social/familiar, autodependencia, economía, lujo material, trascendencia (normalmente sinónimo de maternidad/paternidad), nivel
cultural, atractivo físico (o saber conservarse/envejecer bien), Carpe diem (o buen
aprovechamiento del tiempo libre), y, a partir de bien entrada la mediana edad,
salud, supervivencia y calidad vital de nuestros progenitores y defensas
anti-amargura, entre algunas otras.
Y
cada vez que nos topemos con otra persona, bien sea de nuestra misma edad
biológica o pertenezca a alguna generación por encima o por debajo de la
nuestra, las comparaciones, casi siempre negativas, se pondrán
inconscientemente en marcha. Comenzaremos a evaluarnos el uno al otro, como dos
profesores vocacionales e improvisados, para tratar de averiguar nuestro nivel
y nuestra nota en todas esas asignaturas. Y suspiraremos aliviados si nuestra
calificación media es comparativamente superior y nos hundiremos en la humillación
y vergüenza más absolutas si el duelo nos declara oficialmente perdedores.
No
es culpa nuestra. De alguna forma, durante la infancia y adolescencia aprendemos
a “convivir y relacionarnos en cursos” con personas que están en un nivel emocional,
experiencial e intelectual similar al nuestro. Todos aquellos que nos
sobrepasan en 5 cursos son, a nuestros ojos, más maduros e intelectualmente más
sabios que nosotros. El problema es que el colegio, el instituto y la
universidad acaban y las asignaturas en las que vamos a estar examinándonos
durante el resto de nuestra vida no tienen un nivel medio universal, ni una rítmica
dificultad in crescendo, ni están encuadradas en un mismo curso rígido. Son
multiniveles, no homogéneas en conjunto, independientes unas de otras y, en la
mayor parte de las ocasiones, tienen más que ver con nuestra personalidad que
con nuestra edad y experiencia (podemos puntuar muy alto en alguna de ellas desde
muy jóvenes y suspender reiteratívamente otras hasta el fin de nuestras vidas).
¿Pertenecer
a un curso interminable es el precio que tenemos que pagar por ser seres
sociales? ¿por formar parte de la cultura occidental del éxito, la materialidad
y el estatus? ¿Qué podemos hacer para no matricularnos o hacerlo cuando nos dé
la gana? El curso sigue eternamente en marcha, es cierto, pero no le demos la
misma importancia a todas las asignaturas y seamos conscientes de nuestras
aptitudes, limitaciones y circunstancias personales, sin presiones ni
exigencias externas. Convirtámonos en nuestros personalísimos
motivadores/maestros, no para sacar más nota que el de al lado, sino por el
puro placer de crecer y aprender si creemos que necesitamos hacerlo. No hay
nada más inútil e injusto que comparar nuestras pesadas mochilas con las de
cualquier estudiante que aparezca en nuestro camino porque nadie ha cursado ni
cursará exactamente nuestro mismo “curso vital”. Queridos niños, comparémonos menos y sintámonos
orgullosos del “tramo académico” que sí hemos recorrido.
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