George
Clooney, alias “Mr Nespresso”, “el soltero más codiciado del mundo” o “me unto
las suelas de los zapatos con albóndigas para que este perro tan mono me escoja”
se ha casado. Este bombazo del mundo corazonil, en sí mismo, ya es capaz de
hacer pulsar el botón de stop terráqueo. Sin embargo, hay una noticia derivada del
feliz acontecimiento, que no sólo es capaz de lograr parar el mundo, sino de hacerlo
girar hacia atrás sobre su eje: su esposa, Amal Alamuddin, joven, inteligente, carismática,
independiente, una de las abogadas más prestigiosas del momento y potencial it girl, se ha cambiado de apellido.
Ahora es Amal Clooney, o, directamente, la señora Clooney.
Cuando
creíamos que el vetusto club de “las señoras de” estaba de celebradísima capa
caída, llega una de las más prometedoras abanderadas del feminismo para
propiciarnos una sonora bofetada en el rostro. Y es que, al parecer, una vez
casada, a esta brillante mujer le han pesado (y traicionado) las tradiciones
(¿os habéis dado cuenta de que traición y tradición se escriben casi igual?),
como a tantas otras antes que a ella. Ya nadie recuerda, por ejemplo, cual es
el auténtico apellido de Victoria Beckham, pero no duele lo mismo que se despersonalice
y se “anexe” la ex-spice más pija, a que lo haga una de las más renombradas
expertas en derecho internacional, derecho penal y derechos humanos. No hay
color.
¿Qué
expresa, en realidad, esta tradición tan arcaica, triste, machista y rancia de cambiarse el apellido? Nos
dice “Mi marido y yo no somos iguales. Él es la figura alfa de la pareja, social
y/o íntimamente, estoy supeditada a él. Permito que su protagonismo eclipse al
mío”. ¿Y qué puede impulsar a una super mujer como a Amal a traicionar(se), a seguir mutilando el progreso? ¿Cómo es que casi nunca vemos cambios de apellido
en los esposos? ¿por qué las renuncias y las transigencias en las mujeres se siguen
fomentando y premiando socialmente en detrimento de estas?
Aunque
no lo comparta en absoluto, exhibir públicamente tu condición de casad@,
sin embargo, me parece una decisión muy respetable. Sin embargo, puestos a ponerse
una alianza metafórica de cara a todas las galerías, ¿por qué no hacerlo ambos?
El guapo actor Aaron Taylor-Johnson era al nacer, simplemente, Aaron Johnson.
Tras casarse con la directora de cine Sam Taylor-Wood, la pareja decidió unir
sus apellidos. Por lo tanto, ahora ambos son los señores de Taylor-Johnson. Así sí vale, así
están diciendo al mundo “ambos somos iguales” y con excepciones como la suya el
castigado planeta vuelve a girar un poquito más rápido en la dirección que
naturalmente le corresponde, tratando de compensar, aún sin éxito, el peso de
demasiadas tra(d)iciones.
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