Tras
colarme felizmente en lo que hasta ahora había sido una fiesta VIP y de aprender
algunas técnicas de supervivencia, resultaría muy egoísta y muy poco solidario
por mi parte no compartir mi experiencia en forma de este diccionario básico
para futur@s aceditados del Zinemaldia. So, are you ready? ;)
* Anti-ortopedia
Aunque
casi todo el mundo piense que pasarse horas sentad@ viendo películas en pantalla
grande es un chollazo incuestionable, lo cierto es que la butaca festivalera
media nunca pasaría una ITV de confort. La que no ataca con saña directamente a
los riñones, hiere peligrosamente la delicada zona del cuello. Si a eso sumamos
el hecho de permanecer sentad@ durante una media de 10 horacas en una postura
anti-ortopédica, bailando la tarantela pero sin poder estirar las piernas,
alabado sea aquel/la que al final de los 9 días de Zinemaldi no acabe con algún
dolor o mini lesión en el hombro, los pies, las pantorrillas o las sufridas rodillas.
Consejo:
probar posturas alternativas (o El kamasutra del cinéfilo). La mía, para
estupor de mis vecinos de butaca: sentarme en la posición del loto (o medio
loto), pero sin el “ohm”, of course.
* Clanes
Hay
una lección que el advenedizo aprende instantáneamente desde la primera jornada:
los acreditados se mueven en clanes, muchos de ellos formados desde hace años (incluso
décadas), perfectamente estructurados y definidos y en los que cada miembro tiene
un rol muy determinado. Se les reconoce fácilmente porque, como todo animal de
costumbres, tienen tendencia a marcar su territorio siempre en las mismas zonas
del patio de butacas, ocupando, abusiva y descaradamente, filas enteras. Una
irritante técnica popular consiste en que el miembro más previsor (o
pringadillo) del clan, guarde asientos para todos los ausentes utilizando jerséis,
bolsos, la gaceta del festival, el transportin del perro, lo que sea. Además,
hay acreditados de izquierdas y de derechas, delanteros, medios y traseros,
amén de acreditados de palco y/o de piso de arriba.
La
prueba para ser admitid@ dentro de uno de estos clanes es bastante sencilla:
sólo hay que pasar un test de cinefilia nivel Filmoteca Fnac, darle la razón
mansamente al/a la líder del clan, invitar a todos los miembros a una generosa ronda de pintxos (en
el local de su elección), sacarle la puntilla a cada film tras su proyección (incluso
aunque te haya parecido una obra maestra), despotricar contra algún celebérrimo
crítico cinematográfico, y voilà, ya estás in.
* Confusión temporal (y
multilingüe) y falta de sueño
Aunque
el ritmo trepidante del Zinemaldi te empuje sin compasión ni remedio a habitar
en una suerte de indefinido Nowhere Land
entre el mundo real y el interno, lo
cierto es que, incluso a corto plazo, este intensísimo menú cinéfilo tiene algunos
extraños efectos secundarios, entre los que se encuentran: desorientación
espacial y temporal, afasia transitoria
(perdida intermitente del lenguaje o confusión interlingüe ocasionada por el
hecho de tener que cambiar de idioma cada 2 horas), cabezacomounbombismo,
alelamiento y sabelotodismo transitorio (o no).
Pero
si hay un síntoma que agrava todo lo anterior y pone en peligro la salud
mental, el criterio, la capacidad de asimilación y la coherencia, es la ineludible
falta de sueño. Y es que si la primera sesión ronda las 9 de la morning y la
última acaba hacia las 12 de la noche, a menos que se tenga una cama a 5
minutos de todos los cines festivaleros (o se decida sacrificar alguna sesión),
Morfeo se tomará vacaciones de tu vida durante una semana larga. Por lo tanto, acostumbrarse
a lucir unas ojeras tamaño berenjena de Almagro. Es lo que toca.
Si
lo tuyo es el healthy drinking y eres adict@ a la hidratación, despídete de tu
sano hábito o atente a las desagradables y bochornosas consecuencias. Durante
el Zinemaldi, hay que pasar sed, aunque el mercurio marque 30 grados, te pique
peligrosamente la garganta y tu piel vaya adquiriendo el aspecto acartonado y
marchito de un ranger de Texas. Y es que si la media de cada película
festivalera es de 115 minutos, aproximadamente, y las sesiones dobles son el
pan de cada día, o bien tu vejiga es del tamaño del ego de Martin Scorsese o no
te quedará más remedio que abandonar la sala inoportunamente (casi siempre en
un momento crucial de la película), provocando miradas homicidas, protestas o,
incluso alguna zancadilla traicionera. Y es que el que avisa no es ídem.
Recomendación:
imaginarse que se está jugando un gran slam, como Nadal, Williams o Djokovic, y
administrar muy mucho las dosis, dando pequeños tragos entre sesión y sesión.
* Pardillez
No
te esfuerces. Si eres un/a “festival virgin” todo lo que emane de ti delatará
tu incauta condición. No podrás evitar sentirte como una mezcla entre Peter
Sellers en El Guateque, Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí y
Anne Hathaway en Princesa por sorpresa (si, si, incluso se te caerán las cosas y
te perderás estúpidamente por los rincones). Lo más chocante, en
principio, es el cambio de estatus y los privilegios que eso conlleva. Y es que
un nuevo acreditado pasa de dejarse el sueldo (o varios) en la compra de las
solicitadísimas entradas, a recibir y recibir de forma abrumadora. Todo empieza
desde la recogida de la acreditación. Se entra con la expectativa de recoger un
simple colgante de plástico y se sale tan cargado de “regalos” (un press kit
que contiene el bolso del festival, la guía completa de películas, un detalle
del año anterior, o un breve diccionario interlingüe, entre otros) que se tiene
la impresión de que ha llegado la Navidad.
También
está el casillero o taquilla personal, esa plateada caja mágica en la que algún
elfo enrollado cada día coloca info, posters, dossiers o regalos de las pelis
presentadas (este año, lo que más ilu ha hecho, ha sido un muñequito de Doraemon y las canicas de Zipi y Zape). Para distinguir al advenedizo del desganado habitual, sólo hay que
fijarse en el tiempo que el primero vacila antes de tirar al reciclator los
foliacos llenos de horarios y de insulsa publicidad que acaba de descubrir en
su taquilla (admitámoslo, en lo que respecta al Zinemaldia, cuesta desprenderse
del complejo de Diógenes).
Pero
si hay un lugar donde un new acreditado siente un subidón, una pardillez y un
complejo de impostor maximus, es durante los coloquios/ruedas de prensa. El/la
pobre empleará su tiempo en tratar de no babear y de no mantener la boca
demasiado abierta, en reprimir sus impulsos de hacer preguntas nivel Yahoo, y
en no acosar posteriormente al/a invitad@, cual adolescente super fan, pidiéndole
que le firme en el suje/slip (o donde haga falta), independientemente de que se
trate de Hugh Jackman, Annette Bening, Javier Cámara o Bertrand Tavernier.
* Postureo
La
sabiduría popular asegura que el hábito no hace al monje, pero de cara a la
galería ñoñostiarra, esta afirmación nunca ha tenido menos sentido que durante
la semana festivalera. Ya puedes ir vestido de rosa Hello Kitty o caminar
completamente desnud@ por el Boulevard, que los ojos del populacho se dirigirán
única y exclusivamente al colgante de plástico que se balancea en tu cuello; y
por este y únicamente por este, serás juzgado, valorado y etiquetado como
ciudadan@ super suertudo o super VIP, despertando, instantáneamente, la
admiración y el respeto de los que no te conocen y el ojiplatismo, el odio, y
la chincha rabiña más viperina de los que sí (de hecho, puedes leer claramente
en sus rostros el “¿pero tú cómo carajo
has conseguido una acreditación si ni siquiera eres periodista?”).
Conscientes
de su privilegiado estatus momentáneo y hambrient@s de protagonismo, much@s
acreditad@s deciden explotar sus “15 minutos de fama”, aferrándose a su plástico
de poder con firmeza borbónica mientras convierten la ciudad en una pasarela
infinita las 24 horas de día. De hecho, han sido avistados acreditados
bañándose en la Concha, asistiendo a una boda fugaz en Murcia y haciendo de
extras en Águila Roja.
* Reposabrazos
En
un entorno en el que el espacio vital se reduce hasta extremos
intolerables (solo superados por los de
la estación de metro de Shinjuku en Tokio), gran parte de tu bienestar como
espectador/a se reduce a un infravalorado elemento: el reposabrazos. Nadie lo
admitirá jamás, pero lo cierto es que en todas y cada una de las sesiones se
libra una guerra de poder con tus vecinos de butaca para conquistar y defender la
mayor parte de centímetros posibles de tan preciado elemento. De hecho, durante
esta batalla contra una lesión de hombro, puedes conocer el nivel de
asertividad y el grado de autoestima de la persona que tienes al lado, si eres
mínimamente observador/a.
* Tipología (acreditadoril)
Además
del aburrido y predecible cinefagus estándar (ese que ve la mayor cantidad de
películas posibles, cruzando sólo algunos límites de la resistencia humana) encontramos:
The boyerus cinefagus: resulta fácilmente reconocible por su
“lemmon face”. Y es que mientras casi todos los presentes, profesionales o no,
se sienten afortunados y agradecidos por poder asistir a tan ecléctico y
apetitoso banquete cinéfilo, el boyerus actuará como si estuviera haciendo un
gran sacrificio por la humanidad y hubiera que honrar su estupendísima
presencia a cada dichoso segundo. No le gustará (casi) ninguna película, le
pondrá pegas a todo, abusará del término “sobrevalorad@” y, por supuesto,
tratará con una nada disimulada condescendencia a todos los que no sean de su misma
(expertísima) opinión
The nexus cinéfagus: bien sea por compromisos laborales o
por un desaforado amor al séptimo arte, este voraz acreditado planeará sus
sesiones zinemaldiles tratando de ver el mayor número de sesiones posibles del
mayor número de secciones existentes. Durante 9 días habitará en una suerte de
limbo psicotrópico, apenas dormirá y se contentará con zamparse algún que otro
pintxito ocasional, entre sesión y sesión, desafiando y/o obviando las molestas
e inoportunas necesidades fisiológicas que limitan al resto de los cinéfilos
mortales. La rumorología festivalera asegura que fueron creados específicamente
para esto, y que, en el fondo, nunca han sido realmente humanos.
The dude cinefagus: Aunque aún no ha sido avistado
ninguno ataviado con pantuflas y bata de andar por casa, lo cierto es que este
singular acreditado (generalmente bloguer@ y veteran@) se tomará el maratón
festivalero con una sorprendente pachorra. Madrugar o acudir al cine después de
comer, por ejemplo, se convertirán en actividades estresantes altamente
sobrevaloradas, al igual que tragarse películas que, de entrada, bien por
pereza o por prejuicios, no le llaman en absoluto la atención (y/o le impiden
dedicarse a otras actividades mucho más apetecibles). Al final del festival, en
lugar de 20 o 30 films, puede acabar viendo sólo unos 10 (pero muy descansados,
eso sí).
The
Antesmuertoquesencillus cinefagus: Además
de ver, disfrutar y sufrir películas, el antesmuertoquesencillo considera la
semana zinemaldil como una oportunidad para mostrar al mundo que es un/a chic@ de
lo más cool y trendy, así que en una pugna de comodidad versus vanidad, lo
tiene claro: gana siempre la segunda. El calor bochornoso o el hecho de pasarse
15 horas de acá para allá, le importarán un rosebud. Si es mujer, no renunciará,
bajo ningún concepto, a su maquillaje perfecto, sus botines altos o a sus
zapatos de tacón, ni al hecho de llevar incómodos vestidos/faldas que le
obliguen a llevar las rodillas dolorosamente imantadas. Si es hombre, nadie
tocará un pelo de su barba hipster o desabotonará el primer botón de su
camisa-alzacuellos, ni aunque haya que practicarle, con urgencia una
reanimación cardiopulmonar.
P.S.
Hay un término que no he incluido porque, a pesar de que todo el mundo asegura
que son reales, por horarios e incompatibilidades transportiles, no he tenido la
oportunidad de disfrutar de ninguna de ellas (y, por lo tanto, aún no “existen”
para mi, maybe next time). Esa palabra mágica es “fiesta”.
P.S.2. Algunas fotos de esta actualización son mías y otras han sido encontradas de forma caótica e inconsciente en la red. Si alguien reconoce alguna suya y le molesta su inclusión, que me lo haga saber y será retirada de inmediato.
Y
esto es todo, friends. Mi crónica zinemaldil cinéfila en:
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