
Una fría y larga noche de dardos, billar y cartas en la taberna del pueblo, Hans, henchido de fanfarronería y alcohol, hizo una apuesta imposible: ser capaz de detener el curso del río durante, exactamente, 90 días y 90 noches.
A pesar de ser carpintero de profesión, el pueblo entero sabía que la vocación frustrada del hombretón era la ingeniería. Hans siempre aseguraba que, de haber nacido en otro tiempo y otro lugar, habría llegado a ser un gran ingeniero.
La mala fortuna le sonrió y la buena le puso la zancadilla, asi que con la partida de cartas perdida y sosteniéndose sólo con orgullo, decidió llevar a cabo su propuesta.
Construyó la presa 10 días después, cuando la corriente era menos fluida y más débil. Sin embargo, cada mañana, la presión sobre el dique de madera era más y más fuerte, por lo tanto, el carpintero se levantaba antes que las aves para añadir algún nuevo elemento contenedor.
Antes de darse cuenta, su vida comenzó a girar alrededor de su experimento. Cuando no trabajaba en su presa, ideaba nuevos métodos para retener la corriente o bien se angustiaba imaginando un inminente desastre. Inconscientemente, cada nuevo día invertía en su empeño un poco más de tiempo y un poco más de energía.
Un mes y medio después del inicio de la construcción, el cansancio era ya evidente en Hans. Había adelgazado mucho, apenas dormía, había perdido el interés por la comida, la vida social y sus hobbies, y se mostraba apático y amargado con todos sus amigos y conocidos.
Y su vida continuó siendo engullida exponencialmente por la presa hasta que la noche del día 89, a solo una jornada de ganar su apuesta, Hans enfermó. Como consecuencia, se abrió una franja en el dique, comenzó a filtrarse el agua y la pared contenedora estalló, desbordando el río, inundando el pueblo, y estropeando gran parte de las cosechas.
Debido a este fatídico incidente, Hans se convirtió en “esclavo” del pueblo durante gran parte de su vida. Ayudó a reparar desperfectos e invirtió casi todo su dinero en la restauración, tanto de las calles y casas, como de las tierras.
Sus amigos y conocidos achacan su enfermedad a la mala suerte, pero sólo Greta, la enfermera que le cuidó durante su convalecencia, sabe lo que se esconde detrás de la frase que Hans, repetía y repetía entre delirios febriles: ¡por favor, libérame!.
Conclusión: intentar contener el curso de las cosas es una perdida de tiempo y un gasto de energía inútil. Es antinatural y agotador ir en contra de lo que fluye de forma natural en nuestra vida.
Durante los últimos meses, he sido Hans. He construido muchas presas para intentar retener, entre otras cosas, mi rabia, mi decepción o incluso mi afecto. Me he alejado de personas que me siguen importando por orgullo y me he resistido con todas mis fuerzas a acontecimientos que venían rodados con mi momento vital.
No intentemos contener lo incontenible. Resultará contraproducente, nos esclavizará y nos llevará a lugares en los que no queremos estar.