
June y Jokin se conocieron en una feliz CAUsalidad, cuando todo se detiene, en pleno atasco. Hablaron y hablaron, y desde la otra punta de la misma polaridad, ambos se fascinaron con la mutua promesa del fin de la búsqueda, de la tan largo tiempo ansiada completud.
June era extrovertida, alegre, emprendedora, entusiasta. Sus pies caminaban con soltura por el mundo, reconocía y se guiaba sin miedo por todas las señales del camino. Ella era la clase de chica a la que fascina mirar por las ventanillas cuando viaja, pero que cierra las ventanas de su melancolía ante el menor indicio, y no se asoma al otro lado por temor al vértigo.
Jokin, por otro lado, vivía más tiempo en su refinada burbuja que en el hosco mundo real. Culto, sensible, tímido y neurótico, quería ser artista. Aun no sabía si músico o escritor, lo mismo daba. Su energía era mental, podía pasarse horas, reflexionando o creando, mientras que a su cuerpo lo movía una especie de reserva mínima siempre a punto de agotarse.
La palabra equipo por fin adquirió sentido. Ambos se convirtieron en exploradores de dimensiones nuevas. June aprendió a arañar momentos al día en los que detenerse y observarse sin temor, mientras que Jokin, paso a paso, fue colgando en el armario su disfraz de “alienígena” y comenzó a comprometerse con todas las acciones que demandaba su mundo.
Y todo funcionó (mágicamente) bien hasta que, con el tempo, ambos comenzaron a envidiar y detestar las otredades/defectos del otro. Les irritaba no comunicarse con su lengua materna. No soportaban sentirse llenos y capaces sólo cuando estaban juntos. Sin darse cuenta, querían arrebatarse mutuamente las cualidades que creían merecer, las que justamente necesitaban.
June comprendió que huía de todo dolor y que su semi-consciencia siempre se mantenía al margen de la verdadera alegría, y odió a Jokin por ser incapaz de guiarla en su educación emocional.
Jokin se dio cuenta de que había vivido su existencia convertido en uno de los personajes de La casa de Bernarda Alba: limitado al mundo interno, frustrado, dolorosamente pobre en experiencias, y detestó a June por no ser el resorte que le ayudara a saltar mas allá de si mismo.
Se separaron una mañana de mayo. Momentáneamente ateos de esperanza. Despotricando sobre las imposibles expectativas que nos suscita el amor, sumergidos en el desengaño y el autodesprecio. No se daban cuenta de que no habían aprendido a encontrar, por si mismos, un espacio común entre el mundo interno y el mundo externo. Un lugar al que sólo se puede llegar cogiendo al otro de la mano, nunca siendo copiloto en coches ajenos...
¿Dónde habitas? ¿En el mundo interno o en el mundo externo?