
Antes de quedar con ellos me observo detenidamente en el espejo, y tras una breve evaluación, me preparo mentalmente (y con cierto temor) para recibir, al menos, un “comentario deformator”.
Admito que, en ocasiones, siento el impulso de arreglarme con el esmero que dedicaría a una entrevista de trabajo o una primera cita, pero, tras un debate más o menos reñido con mi autoexigencia, lo acabo venciendo. Soy fuerte y ya los he aceptado en mi vida, de la misma forma que tolero sin morder la adicción hacia los programas del corazón o afirmaciones del tipo “ese no tiene ni media hostia”.
A veces, pongo el cronómetro en marcha. ¿Cuándo llegará el primero? o ¿cuántos habrá en esta ocasión?. Last time, la falta de sueño les había proporcionado munición de sobra y, como sospechaba, también el primer izquierdazo: “¿qué te has hecho en los ojos que los tienes tan pequeños?”. Otras veces, los tiros van más por “¿cómo definirías tu estilo para vestir?” “tienes buen aspecto, ¿ya no usas esa crema hidratante a lo Tita Cervera?” o “¿dónde has comprado eso que llevas?”. Explicaciones como “no tengo ningún estilo ni modelo concreto” “lo único extra que llevo hoy son 8 horas de sueño” o “me lo pillé en rebajas hace un año en H&M”, no parecen satisfacerles. Tiene que haber un producto, una prenda super trendy o un truco que sea suyo (o de su tienda) y de nadie más, con el que puedan transformarte y cumplir su misión embellecedora vital.
A mi la vocación 24/7 de mis friends maquilladores, dependientes inditex o diseñadores, me parece de lo más respetable, ¿pero es absolutamente necesaria by the face en todos y cada uno de nuestros encuentros?.
Normalmente, el proceso suele ser el mismo: en medio de una conversación, se te quedan mirando de arriba a abajo como si estuvieran en trance, y con la meticulosidad de un entomólogo, parecen contar, uno a uno, todos los poros de tu piel. Mientras tanto, puedes leer en sus pupilas los informes de evaluaciones anteriores, las hipótesis, e incluso, las operaciones matemáticas de las conclusiones de su investigación, que sueltan, casi siempre, al más puro estilo anuncio televisivo. Es por esto que, cada vez que acaban una frase, resulta inevitable echar de menos eslogans del tipo “por que tú lo vales”.
Sí, sabes que lo hacen de buena fe, que su trabajo les apasiona y que te aprecian y quieren lo mejor para ti, pero es que ante ciertas expresiones brutales y no correspondidas de amor, me siento como mi gata cuando la achucho hasta casi convertirla zumo: ¡por favor, no me quieras tanto!.
Aunque lo más inquietante de todo, es plantearse como tus propios deformators pueden exprimir a la fuerza a los demás. ¿Acaso habré sido brutalmente honesta e inoportuna en alguna ocasión, sin venir a cuento?. Por eso, desde hace algunas lunas, cada vez que alguien le da una dolorosa patada al diccionario de inglés o una explicación a un comportamiento se enciende en mi cabeza, me lo pienso dos veces antes de abrir la boca.
¿Tú también tienes amigos con deformación profesional aguda?