
La incomunicación es imposible. Eso se aprende en la facultad y también en la vida. En cada nuevo giro de este mal llamado planeta azul, la humanidad descubre nuevas formas de hacer crecer la telaraña de la intercomunicación sin que seamos conscientes de ello. Y es que hemos sido y somos animales gregarios.... hasta que llegó internet. Y cuando un grupo altamente social, desorientado y desencantado tiene a su disposición una herramienta poderosa, con vida propia y de consecuencias imprevisibles, cualquier caldo de cultivo se acelera exponencialmente.
Gracias a las redes sociales, por ejemplo, descubrimos diariamente información valiosa de la interacción de nuestros contactos con el mundo, pero también otros muchos datos que no queremos o necesitamos saber. Al mismo tiempo, en nuestras relaciones sociales, es mucho más difícil permanecer en los márgenes o cortar completamente los hilos, de manera que a menudo se da la paradoja de que vínculos rotos en el “mundo real” siguen manteniéndose artificialmente a través de actualizaciones de blogger, twitter o facebook. De esta forma, cada día sabemos más de nuestros amigos y conocidos (y, a su vez, de sus amigos y conocidos), pero también de nuestros “no amigos”, o incluso, enemigos, con todo lo bueno y malo que eso supone.
Consciente o inconscientemente, saber, conocer, “actualizarse”, deja de ser una necesidad y se convierte casi en una obligación social y/o moral para encajar en estos nuevos tiempos. Y con el peso del conocimiento, también llega la responsabilidad. Aunque se habla de los peligros de la conformidad y del abotargamiento de las masas, casi nunca se incide en su poder cohesionador, movilizador e impulsor. Tomamos un atajo en todos nuestros caminos, e incluso llegamos antes, si nos sentimos respaldados y apoyados. De la misma forma, es más difícil no actuar o no implicarse, cuando se es consciente, a través de un bombardeo de información masivo, de que algunas o muchas personas de tu entorno ya lo están haciendo.
Gracias a las redes sociales, por ejemplo, descubrimos diariamente información valiosa de la interacción de nuestros contactos con el mundo, pero también otros muchos datos que no queremos o necesitamos saber. Al mismo tiempo, en nuestras relaciones sociales, es mucho más difícil permanecer en los márgenes o cortar completamente los hilos, de manera que a menudo se da la paradoja de que vínculos rotos en el “mundo real” siguen manteniéndose artificialmente a través de actualizaciones de blogger, twitter o facebook. De esta forma, cada día sabemos más de nuestros amigos y conocidos (y, a su vez, de sus amigos y conocidos), pero también de nuestros “no amigos”, o incluso, enemigos, con todo lo bueno y malo que eso supone.
Consciente o inconscientemente, saber, conocer, “actualizarse”, deja de ser una necesidad y se convierte casi en una obligación social y/o moral para encajar en estos nuevos tiempos. Y con el peso del conocimiento, también llega la responsabilidad. Aunque se habla de los peligros de la conformidad y del abotargamiento de las masas, casi nunca se incide en su poder cohesionador, movilizador e impulsor. Tomamos un atajo en todos nuestros caminos, e incluso llegamos antes, si nos sentimos respaldados y apoyados. De la misma forma, es más difícil no actuar o no implicarse, cuando se es consciente, a través de un bombardeo de información masivo, de que algunas o muchas personas de tu entorno ya lo están haciendo.
Por lo tanto, el lado bueno de esta globalización (o wikileakación) es que todo lo que nos afecta directa o indirectamente ya no se puede guardar en algún cajón recóndito a la espera de que el tiempo lo vaya carcomiendo, no hay cajones ni polillas suficientes. Con una red tan eficiente y sofisticada, si se prende una mecha, ya no hay resguardo del fuego en ningún rincón del planeta. No importa tanto si la llama prende en Reykiavik, Túnez o Egipto, sólo que la llama prenda; Esta emocionante revolution que se vive en las calles y plazas no es realmente spanish. Simplemente, es. ¿Por qué habrá tardado tanto?