mardi 5 juin 2018

El tío bueno oficial del instituto




Hace no demasiado, en el hipermercado, me crucé con un tipo qué me intrigó profundamente. Y a mi traicionero inconsciente solo acudió una pregunta desarmantemente cruel: ¿de qué conozco a este señor? Entonces lo recordé: era un tío del instituto, a lo sumo, un par de cursos mayor que yo. ¿Señor?¿pero no habíamos quedado en que esa era la palabra prohibida o la que solo se puede utilizar, en sus formas femenina y masculina, aplicada a mayores de 70? ¿señor/a?¿es eso lo primero que vas a pensar, a partir de ahora, cuando te cruces con gente “de tu edad”?.




En el extremo opuesto, el tío bueno oficial del instituto no acusa los típicos síntomas de la cuarentena. Ni un atisbo de alopecia, canas, “dejadez burguesa” o esos centímetros extra de grasa que se instalan alrededor de la cintura (y que algunos casi excusan con ese eufemismo espantoso AKA “bariguilla cervecera”). Tampoco se le ha ensanchado el rostro, víctima de la eterna y cruel vocación del universo. Sin embargo, su constitución atlética sigue siendo igual de admirable que cuando practicaba de todo en el instituto (George R.R. Martin podría escribir los volúmenes que le faltan de su Canción de hielo y fuego en el lienzo de su espalda). Ni siquiera empujando el utensilio avejentador por excelencia: el carro de la compra, conseguía contrarrestar una juvenil apariencia parapetada tras unas bermudas y un jersey marineril. Observándolo, cualquiera podría confirmar que, la mayoría de las veces, no solo se trata de buena genética. Hay gente que, simplemente, no está dispuesta a abandonarse, a dejarse ir.




Por lo que sí, la edad sigue siendo relativa. Antes, en la adolescencia y la veintena, la cifra mágica era algo que se confesaba sin rubor, casi con orgullo, en cualquier contexto (al conocer a alguien, al apuntarte a un curso, al cruzarte con un familiar), como un rasgo que te definía. A los 30 y 40 no solo no te define, sino que, de hecho, a veces, tienes que hacer un esfuerzo para recordarla. 




Si nuestra existencia se resumiera a través de las asignaturas básicas de un curso eterno (vida social, vida emocional, vida romántica, vida sexual, vida intelectual, vida laboral, vida familiar, creatividad, satisfacción, felicidad, autorrealización, etc), nadie, o casi nadie, sacaría un sobresaliente en todas y nos encontraríamos en primero de una, tercero de otra y, con mucha suerte, en algún nivel casi proficiency. Por decirlo de otra manera, conseguir una nota media alta en todas e instalarse en un nivel superior es, más que complicado, una tarea titánica. Y es que somos un revoltijo vital entre principiantes, amateurs y profesionales. ¿Desquiciante o reconfortante idea?




Pero volviendo al hottie del instituto, confieso que nunca fui de su club de fans. Sin embargo, a veces, cuando me lo cruzo haciendo running o junto a su familia, ejerciendo de padre ejemplar, me pregunto cuál será su “nota media” en ese poliédrico curso de la existencia. Porque un notable o sobresaliente sería la única definición de éxito que debería importarnos, la única susceptible de envejecer, ajarse o resultar inalcanzable, si un@ se autoboicotea, o se deja llevar por la devastadora inercia del paso del tiempo.




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